Hace más de una década trabajo con los agricultores del Huila, he compartido un buen café con líderes rurales, escuchado los sueños de jóvenes emprendedores agrícolas y sentido, en carne propia, el anhelo profundo de un departamento que ya no quiere sobrevivir de lo que sobra, sino prosperar desde lo que es. Y lo que es, es potencia, potencia agrícola, hídrica y humana. Solo que esa potencia necesita tres nuevas semillas para florecer: agua garantizada, innovación real y un poder local fortalecido.
La tierra no guarda rencor, pero sí recuerda, recuerda los pasos del campesino desplazado, el silencio de los cultivos abandonados, la soledad de las montañas que dejan de sembrarse, sin embargo, también conserva la memoria de lo posible: de las familias que construyen y ponen sus manos en la tierra, porque si hay una semilla capaz de florecer incluso en los terrenos más golpeados, es la agricultura, y en el Huila, esa semilla germina con fuerza.
En este momento, donde todos hablan de bienestar, crecimiento y futuro, vale la pena recordar algo fundamental: sin campo, no hay país, sin agricultura, no hay paz duradera, la agricultura es mucho más que producción, es permanencia, es dignidad, es arraigo, es presente con visión de mañana; en el Huila, también es ese punto de encuentro entre lo tradicional y la fuerza de quienes no se detienen.
Donde hay agua, hay alimento, donde el riego es posible, el futuro se vuelve sembrable. La paz se construye con acuerdos firmados y se cultiva con decisiones reales que cambian vidas. En el Huila, una de esas decisiones ha sido garantizar el acceso al agua en zonas rurales donde antes escaseaba o llegaba con dificultad.
Las obras que se vienen adelantando para mejorar los sistemas de riego, almacenar el recurso y cuidar las fuentes hídricas, están transformando la realidad de muchas familias. Estas acciones, impulsadas desde lo regional y articuladas con programas nacionales, no son solo obras físicas: son garantía de estabilidad. Cuando una familia campesina siembra con acceso seguro al agua, se fortalece la vida, se afianzan los lazos con el territorio y se cultivan raíces firmes que evitan el abandono del campo.
El campo también se está conectando con el mundo, la tecnología ya hace parte del paisaje agrícola del Huila. En zonas productoras de café, arroz o cacao, cada vez es más común ver jóvenes utilizando herramientas digitales, sensores de suelo, drones para el monitoreo de cultivos, o plataformas en línea para vender directamente sus productos. El conocimiento ha llegado a la finca, con él, nuevas formas de producir, de aprender y de crecer.
La verdadera transformación está ocurriendo en las manos de quienes se atreven a cambiar, a mejorar, a no quedarse quietos. Jóvenes rurales que antes sentían que debían irse a las ciudades para tener un futuro, ahora ven en el campo una oportunidad concreta. Mujeres que siempre trabajaron sin reconocimiento, hoy lideran asociaciones, crean empresa y transforman productos con valor agregado.
Todo esto es posible gracias a procesos de formación, alianzas educativas, acceso a tecnología y acompañamiento técnico. La tecnología en el agro no es un lujo, es una herramienta de equidad, es una manera de reducir las brechas entre lo urbano y lo rural, es una muestra clara de que cuando hay inversión bien dirigida, el cambio es real.
Pero nada de esto tendría sentido sin la gente que se une para hacerlo posible. En el campo huilense hay algo muy valioso que no siempre se visibiliza: la fuerza de la comunidad. Asociaciones, cooperativas, grupos de productores, colectivos de mujeres y redes juveniles se han organizado para trabajar juntos.
En ellos hay disciplina, compromiso y una visión compartida de crecimiento. Muchos de estos espacios comunitarios han sido clave para sanar dolores del pasado, superar conflictos, para volver a confiar. Hoy, en muchas veredas del departamento, se conversa sobre cultivos, sobre emprendimientos rurales, sobre mercados campesinos, la tierra se ha convertido en un espacio de encuentro, de construcción conjunta, de vida compartida.
La agricultura, entonces, no es solo una actividad económica, es una forma de reconstruir tejido social, es una escuela de trabajo en equipo, es la base de una paz que no necesita grandes anuncios, sino pequeños logros diarios.
El campo huilense no está pidiendo compasión, está demostrando que con las herramientas adecuadas puede ser autosuficiente, rentable y sostenible. En los últimos años se ha fortalecido el acompañamiento técnico, el acceso al crédito rural, la conectividad, la comercialización justa y los programas de emprendimiento agrícola. La Gobernación ha liderado con compromiso varios de estos procesos, articulando esfuerzos con instituciones del orden nacional, local y con el apoyo de las comunidades organizadas.
Estos pasos, aunque aún deben multiplicarse y llegar a más territorios, ya muestran resultados, porque cada finca productiva que se levanta, cada joven que decide sembrar, cada familia que vive del campo con estabilidad, es una muestra clara de que sí se puede transformar la realidad.
Sembrar paz no es un concepto abstracto, es garantizar agua, acceso a tecnología, acompañamiento constante y reconocimiento al trabajo rural, es dignificar la vida en el campo, el Huila lo está haciendo. En medio de surcos, parcelas, caminos de tierra y madrugadas frías, la paz crece en silencio, no necesita reflectores, solo coherencia, constancia y voluntad de seguir sembrando. Porque sí: la agricultura es la semilla más poderosa que tiene este país, en el Huila, esa semilla ya echó raíces.
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Por: María Fernanda Plazas Bravo – X: @mafeplazasbravo
Ingeniera en Recursos Hídricos y Gestión Ambiental
Especialista en Marketing Político – Comunicación de Gobierno
Universidad Externado de Colombia