La eficiencia energética en los hogares no es una moda ni un accesorio del discurso ambiental, es una necesidad técnica con profundas implicaciones sociales, económicas y ambientales. El hogar, entendido como la unidad mínima de consumo energético, representa un punto clave de intervención para avanzar hacia una sociedad más sostenible y resiliente, cada kilovatio-hora (kWh) que se ahorra no solo representa dinero que no se gasta, sino una menor presión sobre los sistemas eléctricos, una reducción en las emisiones y, en últimas, una mejora en la calidad de vida.
Hablar de eficiencia energética es hablar de cómo usamos la energía para obtener los mismos resultados con menos recursos, no implica privaciones, sino decisiones más inteligentes. Una vivienda bien diseñada, con ventilación cruzada, aislamiento térmico adecuado y electrodomésticos eficientes, no solo consume menos electricidad, también mejora el confort. El ruido disminuye, la temperatura se estabiliza, la luz se distribuye mejor, todo esto sin necesidad de depender exclusivamente de soluciones costosas o tecnológicamente complejas.
La eficiencia energética no comienza con una gran inversión, comienza con una toma de conciencia. Saber cuánta energía se consume, en qué momentos del día, qué aparatos demandan más electricidad, permite tomar decisiones informadas. Por ejemplo, si en casa hay un refrigerador antiguo, su reemplazo puede reducir el consumo energético hasta en un 60%. Si se instalan bombillos LED, se reduce hasta en un 80% la energía destinada a iluminación, si se aprovecha la luz solar durante el día y se apagan los aparatos en desuso, se evita un gasto innecesario que se acumula mes tras mes.
La tecnología ya está disponible, hoy se puede programar la lavadora para funcionar en horas valle, instalar sensores de presencia en pasillos y baños, monitorear el gasto energético desde una aplicación. Sin embargo, la tecnología por sí sola no transforma.
Es el uso consciente de la tecnología lo que marca la diferencia. Aquí es donde la dimensión humana toma protagonismo, las decisiones del día a día, aparentemente pequeñas, suman. Son estas acciones cotidianas las que definen el perfil energético de un hogar, lo técnico necesita del criterio del usuario para ser efectivo.
Ahora bien, la eficiencia energética también tiene una dimensión económica que no se puede ignorar, el ahorro en la factura mensual es evidente, pero hay un ahorro mayor que suele pasar desapercibido: el de infraestructura. Si millones de hogares reducen su consumo, los sistemas eléctricos nacionales tienen menos presión.
En países como Colombia, la eficiencia no es solo una herramienta para mitigar el cambio climático, mejorar el aislamiento de techos y paredes puede significar la diferencia entre pagar una factura justa o sacrificar necesidades básicas para cubrirla. La eficiencia energética dignifica la vida cuando se hace accesible.
Por eso, las políticas públicas tienen que ir más allá de los incentivos a la construcción sostenible. Se requiere una estrategia que priorice la educación energética, el acceso equitativo a tecnologías eficientes y la inclusión de criterios de eficiencia en los programas de mejoramiento de vivienda. Si se combina la técnica con la voluntad política, y esta con la acción ciudadana, se puede lograr una transformación profunda.
A nivel social, la eficiencia también cambia la relación que tenemos con el entorno, nos obliga a observar, a medir, a ser conscientes de lo que antes pasaba desapercibido. Nos enseña que el consumo no es neutro, que tiene impactos, costos y consecuencias. Al interior de cada hogar, genera conversaciones necesarias, enseña a las niñas y niños a apagar la luz, a los adultos a elegir mejor, a las familias a organizar sus rutinas de forma más coherente con su realidad energética.
Además, en un contexto de cambio climático, la eficiencia energética es una herramienta de adaptación; si los picos de calor aumentan, una vivienda bien aislada necesitará menos energía para mantenerse fresca, si las lluvias extremas afectan el suministro eléctrico, un hogar con sistemas de respaldo y bajo consumo tendrá más autonomía. Es una forma de anticiparse a los riesgos, de reducir vulnerabilidades. Prepararse hoy, desde casa, es prevenir crisis futuras.
Los hogares son mucho más que lugares de descanso, son espacios de toma de decisiones. Allí se define buena parte del futuro energético del país, allí se concreta, o no, el compromiso con la sostenibilidad. Por eso, hablar de eficiencia energética es hablar de corresponsabilidad. No basta con exigirle al Estado o a las empresas, es indispensable asumir nuestro rol como consumidores informados, responsables y comprometidos.
La eficiencia energética, en su expresión más profunda, es una oportunidad, una oportunidad para modernizar sin depredar, para vivir mejor sin gastar más, para construir hogares que sean ejemplo de coherencia entre lo que decimos que queremos y lo que realmente hacemos para lograrlo, en esa coherencia está el verdadero valor de esta transformación: saber que, con cada acción, estamos sumando a un país más justo, a una sociedad más resiliente, a un planeta más habitable.
La gran enseñanza es simple, pero poderosa: cuando el conocimiento técnico se pone al servicio de la gente, se convierte en poder transformador. Un hogar energéticamente eficiente no es solo más barato y cómodo, también es más justo, más consciente y más humano. Porque cuidar la energía no es solo un acto técnico, es una forma concreta de cuidar la vida.
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Por: María Fernanda Plazas Bravo – X: @mafeplazasbravo
Ingeniera en Recursos Hídricos y Gestión Ambiental
Especialista en Marketing Político – Comunicación de Gobierno
Universidad Externado de Colombia